El Perverso deseo del bien

El Perverso Deseo del Bien

I. Morir por el bien.

Siempre había querido ser bueno.
Hacer el bien.

Cuando se sabe lo que es pasar trabajo como EL lo sabía, alivia mucho poder hacer algo por los demás.
Miraba absorto por la ventana.

Al otro lado de los cristales del despacho se observaban los impecablemente cuidados jardines del palacio de gobierno.

- Con tanto dinero y nadie nunca se había ocupado de la suerte de los mas pobres. Dejaré el alma en el intento pero YO si lo haré.

Sobre el escritorio los lápices, marcadores y bolígrafos se alineaban en perfecto orden; negros, azules, naranjas, amarillos, rojos, sobre todo rojos, del rojo que se usa para la corrección, para resaltar los errores de los demás, todos formaban una perfecta hilera variopinta que asemejaba las columnas de los batallones de los desfiles militares que tanto le gustaban.

Había que poner orden en el caos, lo sabía y ocupaba horas y horas planificando, construyendo y reconstruyendo ordenes perfectos, utopías de sociedades humanas que estaban por realizarse y que debían materializarse.

Pero no era fácil, y lo sabia, a pesar de los abundantes recursos que proporcionaba una industria petrolera bajo su total control, las cosas se movían a un ritmo muchísimo mas lento que lo que EL habría deseado.

- O lo hago o muero en el intento.

Esa era el destino de su vida, su sentido, ya nada mas daba razón a su existencia, nada ya dominaba mas su pensamiento.

VENCER O MORIR.



II. Rezar por el bien.



- Echeme la bendición padre, dijo la mujer cuando lo vio pasar

- Dios me la bendiga

- Amen

El jesuita se sintió reconfortado por el cercano trato de la mujer, era una mujer de las que se suelen etiquetar como "comunes y corrientes", de las que en este país caribeño hay muchas, de piel morena, caderas anchas y una sonrisa de oreja a oreja que desbordaba calidez humana.

Si, las mujeres en este país son espectaculares, y no solo las de los concursos de belleza que tanta fama les han dado a las féminas de estas tierras calientes, sino precisamente las "comunes y corrientes", las sufridas, las llenas de arrugas, las de las manos manchadas, a quienes la sonrisa no se les borra nunca y hacen del compartirla un ritual de vida.

Se acordó el padre de su Andalucia natal, de las mujeres de su tierra, esa picardía, ese salero parecía haber sido heredado por las mulatas venezolanas. Pensó en su tierra la cual había abandonado de joven cuando decidió tomar los hábitos.

El padre alzó la vista y observó la escuela que la orden estaba construyendo, ya se alzaba por encima de todas las casas de la barriada la estructura de cuatro pisos, lucia imponente, dominaba el panorama del barrio.

-Ojala podamos hacer de la escuela del centro del barrio, pensó

Esa era SU obra, y se sintió orgulloso.


El Padre Antonio y su Monaguillo Andrés. Ruben Blades


III.- Hacer el bien.


La verdad es que el mundo es bien injusto, pensó.

¿Qué hace una familia con 5 carros?

Avaricia, Codicia.

"Primero pasa un camello por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos", lo había leído una y otra vez cuando joven, eso lo marco. Por eso su compromiso con los mas pobres, con la gente que sufre, con los mas humildes.

Vivir como Cristo, esa es mi opción. Pensaba, mientras contemplaba el lunar de sangre que tenia en su mano derecha, El hemangioma cubría parte de la mano y la muñeca asemejándose a una herida abierta.

¿Seria esa una señal de mi calvario?, - Se interrogaba.

Desde niño se había preguntado si esa marca significaba algo, desde niño se hacia preguntas, muchas.........

¿Por qué hay injusticia?
¿Por qué hay quienes no tienen ni con que comer?

Se había soñado en la infancia como una especie de heroe, "El Capitan Centella" o "Martín Valiente, el ahijado de la muerte", siempre defendiendo a los débiles, a los que no tienen.

Pero mas allá de la superficie, en la hipodermis de sus pensamientos, EL sabia que no era como los otros, EL tenía la fuerza, la misma fuerza que hoy le empujaba a hacer algo por quienes desde siempre habían sido sus infortunados compañeros de imaginario.


Pablo Pueblo. Rubén Blades y Willie Colón



IV. Carne y Pecado

Su verga se hundía en mi carne, con la espalda arqueada podía sentir como las gotas de su sudor caían en mi espaldas, una a una, casi como queriendo llevar el ritmo de la embestida, se deslizaban por mis muslos y bajaban entre mis poros queriendo formar unas especies de minúsculos riachuelos que desembocaban en el suelo.


Hacia un calor pegostoso, húmedo, todos los días en esa mierda eran calurosos, demasiado, sentía el jadeo de su respiración, desde mi posición arqueado y contra la pared podía ver por lo que una vez fue una ventana, ya los barrotes habían sido retirados probablemente hoy día formaban parte de los innumerables chuzos con los que habían ensartado a mas de uno.

Afuera los visitantes formaban aun la cola para entrar al penal, debían ser la una de la tarde, habian personas que ya llevaban cuatro horas esperando su oportunidad para entrar.

-Muevete perra, sentí que la punta de algo se me encajaba al lado derecho de mis gluteos, el dolor me hizo brincar hacia la izquerda, para de nuevo sentir como el metal se trataba de hundir en ese flanco.

- O te meneas o te meneo, me dijo.

Comencé a menearme desenfrenadamente

-Así papi, échamela toda, toda todita, lléname con tu lechita.

- Ya me vengo... aguanta

Sentí como mi ano se llenaba de sus fluidos, se incorporó inmediatamente.

- Dile a mi hermana que me mande, 50.000 bolos para la visita del Jueves, debo pagar una deuda me dijo.

Me subí los pantalones y salí, me quedé pensando porque lo que en ocasiones nos da placer en otras no da sino dolor.

- Coño parezco una carajita quinceañera, no parecían cosas mias, pensé.

El Gran Varón. Willie Colon

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